Aquí estaba la casa consagrada por la estancia y la muerte del divino Miguel Ángel". Así reza una placa que todavía recuerda el último hogar romano del artista, donde falleció a los 88 años, el 18 de febrero de 1564. Han pasado 450 años desde entonces, pero su recuerdo sigue igual de nítido y su figura se agranda con el tiempo.
Y, por si alguien necesitara refrescarse la memoria sobre los milagros artísticos de Buonarroti, Italia ha organizado muestras y homenajes al gran creador durante todo el año. Florencia, por ejemplo, acoge hasta el 18 de mayo la exposición 'Re-conocer a Miguel Ángel' (de la que procede este retrato del artista, por Domenico Cresti), que se centra en la influencia de Buonarroti a lo largo de los siglos y los grandes creadores. La misma ciudad recibirá también, de junio a octubre, la muestra 'Miguel Ángel y el siglo XX', en la Casa Buonarroti. Génova, Arezzo (en su Toscana natal) y Roma también cuentan con celebraciones dedicadas al pintor, del que repasamos vida y obras en este fotorrelato.
Artista a toda costa
Una pelea bastante común. El hijo sueña con ser artista. Y el padre le invita a dejarse de utopías y apostar por una profesión más estable y mejor remunerada. Lo que en esta historia no es nada común sin embargo es el nombre del joven en cuestión: Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564). Y, por suerte de la humanidad entera, tampoco era habitual la cabezonería con la que insistió en su objetivo. Por mucho que su padre se enfureciera y le dijera que los creadores eran “simples trabajadores, no mejores que zapateros”, él iba a ser artista sí o sí. Acabó siendo uno de los mejores de la historia de este planeta. Tanto que, en este 2014 en que se cumplen 450 años exactos de su muerte, todo el mundo conoce su nombre y admira su legado. En la imagen: Retrato de Miguel Ángel de Jacopino del Conte en 1535.
Los primeros trabajos
Por mucho que Miguel Ángel Buonarroti se considerara un hijo de Florencia, nació en Caprese, también en la Toscana, el 6 de marzo de 1475. Era el segundo de cinco hermanos. Su madre, Francesca Neri, falleció cuando él tenía seis años. A los 13 el joven Buonarroti decidió acudir al taller del pintor Domenico Ghirlandaio para perseguir su sueño, pese a la ira de su progenitor, Ludovico di Leonardo di Buonarotto Simoni, que imaginaba para su heredero un futuro al frente de los negocios familiares.
Allí el joven debía quedarse tres años pero al cabo de uno ya se marchó a la escuela de escultura que Lorenzo de’ Medici había creado en los jardines florentinos de San Marco. De ahí pasó directamente a estar hospedado en el palacio del mecenas, donde realizó los dos pistoletazos de salida de su carrera excepcional: 'La batalla de los centauros' (en la imagen) y 'La virgen de la escalera'.
La 'Piedad'
Los problemas políticos en Florencia, la muerte de Lorenzo el Magnífico y la decadencia de los Medici llevaron a Miguel Ángel a dejar la ciudad. Viajó a Bolonia, Venecia y después a Roma, hacia finales de 1400, para la primera de sus estancias en la capital italiana. También de esa época es el comienzo de su colaboración con los Papas y la Santa Sede. El resultado es deslumbrante: la 'Piedad'. Tres datos. El primero, para la envidia: con menos de 25 años, este hombre fue capaz entre 1498 y 1500 de esculpir una obra maestra inmortal. El segundo, para hacerse una idea: es “ciertamente un milagro que un bloque de piedra sin forma haya podido quedar reducido a una perfección que la naturaleza apenas es capaz de crear en la carne”, escribió entonces Gaetano Vasari. Y un tercero, para reflexionar: en 1972 el geólogo australiano de origen húngara Laszlo Toth atacó a la 'Piedad' con un martillo. Logró golpearla hasta 15 veces, antes de que un 'carabiniere' le detuviera. “Soy Jesús Cristo, resurgido de la muerte”, gritaba Toth según las crónicas de la época. La obra tuvo que pasar por una larga restauración y desde entonces se expone detrás de un cristal. El asaltador, en cambio, fue ingresado en un hospital psiquiátrico italiano. Falleció en 2012.
'David'
De vuelta en Florencia, entre 1501 y 1504 Miguel Ángel realizó el segundo anillo de su cadena de maravillas. Él mismo lo cuenta en su diario: “Cuando volví, me encontré con que era famoso. El consejo de la ciudad me pidió que sacara un David colosal de un bloque de mármol, ¡dañado!, de casi seis metros”. El artista relata cómo se encerró durante tres años a trabajar en la obra, así como su pelea para que la estatua fuera colocada justo ante el Palazzo Vecchio, “como un símbolo de nuestra república”. Le hicieron caso, aunque se necesitaran 40 hombres y cinco días de trabajo para moverlo hasta allí. Desde 1910 sin embargo el 'David' que se alza en la plaza de la Señoría solo es una copia. El original se halla en la Galería de la Academia de Florencia y, sobra decirlo, es una de las esculturas más famosas del mundo. Dicen los historiadores que también fue un mensaje de Miguel Ángel a los ciudadanos de Florencia, para que cada uno de ellos fuera consciente de su responsabilidad y su importancia.
'La creación de Adán'
En el fresco quizás más famoso de Miguel Ángel, las manos de Dios y Adán se alejan. Estuvieron juntas, pero ya no, y el hombre ha de afrontar en solitario su camino por la vida. Las manos de Buonarroti y del papa Julio II se apretaron, en cambio, a principios del siglo XVI para sellar una nueva comisión del papado al gran artista. Esta vez la apuesta era aún más ambiciosa: pintar las bóvedas de la Capilla Sixtina. En realidad, Julio II ya le había encargado anteriormente la realización de las esculturas que se alzarían sobre su propia tumba. Pero ante una misión más importante, el Papa dejó a un lado, al menos provisionalmente, su vanidad. Sea como fuere, dicen que el maestro al principio quiso rechazar. Bastante más fascinado con la realización del sepulcro papal que con el nuevo encargo, Buonarroti llegó incluso a abandonar Roma por Bolonia. Sin embargo finalmente aceptó y, en 1508, se puso manos a la obra.
Una obra compleja como su creador
El relato de la creación de los frescos da fe de una trayectoria tan compleja como el carácter del creador. Famoso por sus malos modales, sus ‘prontos’ y su timidez, el artista decidió repentinamente despedir a todos sus asistentes y comenzar otra vez de cero. También estableció que nadie pudiera ver el progreso de las obras. El solo Julio II tuvo la oportunidad de echar algunos vistazos previos. “Tras cuatro años de torturas, y más de 400 figuras de tamaño real, me sentía tan viejo y extenuado como Jeremías. Tenía 37 años y ni siquiera mis amigos ya reconocían al anciano en el que me había convertido”, escribió Buonarroti en su diario. El resultado, eso sí, fue tan brillante que se cuenta que un tal Rafael, que a la sazón trabajaba en las cuatro célebres estancias vaticanas –imagínense: dos genios pariendo milagros a pocos metros de distancia-, quedó impresionado por los frescos.
'Moisés'
Una vez resuelta la primera comisión de Julio II, a Buonarroti le quedaba pendiente la segunda. El Papa ya le había pedido en 1505 que se encargara personalmente de la majestuosa tumba donde yacería. Y Miguel Ángel había aceptado con cierto entusiasmo, hasta el punto de hacerse cargo personalmente y durante meses de escoger los mármoles que habían de proceder de la ciudad de Carrara. El proyecto original preveía varias decenas de estatuas. Finalmente, cuando Miguel Ángel retomó las obras, las redujo. Aun así, y pese a no estar terminado, el sepulcro cuenta con la que algunos consideran como la mejor estatua jamás esculpida por el genio italiano. Un buen indicio de la perfección que atesora el Moisés de Buonarroti es una anécdota con cierto tinte de leyenda. Se dice que el propio Miguel Ángel, al terminar la obra, sorprendido por su realismo le soltó: “¿Por qué no hablas?”. Para comprobar si Moisés es tan espectacular, o si por fin tras cuatro siglos se ha decidido a soltar alguna palabra, se puede acudir a la iglesia romana de San Pietro in Vincoli.
Creador total
No solo estatuas y frescos. Miguel Ángel Buonarroti fue un artista total. También compuso poemas y realizó proyectos arquitectónicos: suyos son, por ejemplo, los diseños para la Biblioteca Laurenciana de Florencia, la cúpula de San Pedro –de ello se hablará más adelante- y la plaza del Campidoglio, donde se alza el Ayuntamiento de Roma (en la imagen).
El 'Juicio final'
Tras sus magias romanas, Buonarroti regresó a Florencia. Sin embargo, en 1534 volvió a abandonarla, esta vez definitivamente, y regresó a la ciudad de los Papas. Mientras, en la Santa Sede ya se había instalado un nuevo pontífice: Clemente VII. Fue suya, probablemente, la idea de pedirle al maestro toscano que pintara un enorme fresco del juicio final en una de las paredes de la Capilla Sixtina. El papa, sin embargo, murió poco después de que Buonarroti llegara a Roma. Pero Pablo III, el sucesor en el trono vaticano, confirmó el encargo. Y en 1535 el 'Juicio final', el mayor fresco del Renacimiento, estaba terminado, con autorretrato de pintor incluido (en la piel desecha que sujeta San Bartolomé). Su odisea, en cambio, acababa de empezar. Buonarroti fue acusado de herejía y de unos frescos escandalosos, sobre todo por la multitud de cuerpos desnudos. Biagio da Cesena, maestro de ceremonias vaticano, defendió que era una obra más digna de “tabernas y baños públicos” que de una capilla papal. Lo que Biagio no sabía es que meterse con un maestro inmortal tiene sus riesgos: Buonarroti le puso su cara al rey del infierno Minós, que aparece con orejas de burro y una serpiente enroscada alrededor del cuerpo. Sin embargo las teorías disparatadas de Biagio y compañía acabaron por ganar. Y Pio V (el sucesor de Pablo III) le encargó a Daniele de Volterra, alumno de Miguel Ángel, la polémica tarea de pintar trapos y pantalones que cubrieran las desnudeces ideadas por el maestro. Por ello, el pintor es famoso como 'Braghettone' (algo así como calzonazos). De todos modos, Daniele de Volterrra murió antes de poder terminar su censura, lo que dejó unos pocos personajes tal y como Buonarroti los pintó. Algunos desnudos fueron recuperados por las restauraciones del 'Juicio final'. Otros sin embargo lucen todavía hoy el legado de 'Braghettone'.
San Pedro
Miguel Ángel falleció el 18 de febrero de 1564. Pero, antes, dejó la enésima huella de su talento estratosférico: la cúpula de San Pedro. El propio Buonarroti creía haber sido escogido para ese trabajo por el mismísimo Dios. El proyecto, tanto de la basílica como de la cúpula, había pasado por muchas manos prestigiosas: Bramante, Rafael y finalmente Sangallo. Cuando este falleció, en 1546, Buonarroti fue nombrado arquitecto jefe del conjunto. El maestro criticó ásperamente sobre todo el planteamiento de su antecesor directo en el cargo y modificó la construcción según sus ideas, retomando en parte la concepción original de Bramante. Camino de los setenta, ya cansado –como escribe Vasari, no había pensamiento en el que no le acompañara la idea de la muerte-, Buonarroti volcó sus últimas fuerzas en el proyecto. Ni siquiera quiso cobrar nada por ello. Por desgracia, el artista nunca pudo ver el trabajo terminado: las obras de la cúpula finalizaron 24 años después de la muerte del maestro.
Adiós a un mito
Al principio, el genio fue enterrado en la iglesia romana de Santi Apostoli. Sin embargo, su sobrino se llevó el cuerpo a Florencia e hizo colocar sus restos bajo la iglesia de Santa Croce, donde el propio artista quería yacer. Su amigo Gaetano Vasari diseñó en 1570 la tumba, sobre la que reposan un busto del artista y tres estatuas alegóricas. Representan la pintura, la escultura y la arquitectura. Y están, cómo no, desesperadas.
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